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jueves, 28 de noviembre de 2013

Nunca hubiera funcionado...

Hacía tiempo ya desde la última vez que se vieron.
Apenas ella entró al lugar, pudo verlo, caminando sin parar, ansiosamente esperando por algo.
En el momento exacto en el que ella lo vio, se ruborizó por completo.
Aunque no entendía bien a que se debía aquella desesperación, Cate sólo siguió adentrándose más y más en aquella habitación, sin importar las otras personas.
Tom seguía desesperadamente yendo de lado a lado de la habitación...
Si bien no se habían saludado, ellos ya habían entrado en conversación. Porque la relación eran así: sin pudor y con confianza extrema.
Los meses sin verse cayeron encima de él como piedras en una tormenta, y lo golpearon tan fuerte hasta entender que en realidad ella, le hacía falta.
Un aire de melancolía rodeó el ambiente y se apoderó del lugar, en el instante mismo en el que Cate giraba los ojos siguiendo los agotadores pasos de su antiguo amado.
Los dos sintieron lo mismo, sí. Los dos se extrañaban.
Apenas habían pasado dos minutos, y entonces Cate sólo soltó y dejó caer la primera frase que daría lugar a una situación bastante incómoda:
Cansada de ver los austos pasos de Tom, e inclinándose hacia la silla para poder sentarse; con un aire agotador, y hasta incluso de mala gana, Cate chifló: Uf, ya se puso de malhumor.
Por lo que Tom, que estaba en el baño buscando quién-sabe-qué, detuvo su total acción y se dedicó por un momento a mirar a Cate de una forma extraña, y entonces él sólo preguntó: ¿Cómo sabes eso?
Se le heló la sangre.
Paralizada por aquella incógnita y un poco ruborizada por la imparable búsqueda de una respuesta, ella no pudo responder a esa pregunta de inmediato.
En realidad, nunca había podido realmente responderse a todas las preguntas que él le había hecho...
Y entonces, en algún lugar de su mente, Cate recordó algo... Por lo que, esbozando una sonrisa más para sí misma que para él, respondió con seguridad: Un año y medio de conocernos no fue tan en vano...
La situación no fue tensa, ni incómoda, ni horrible. Sólo que, si alguien entraba a ese lugar en aquel momento, hubiese respirado el frío aroma de los recuerdos.
Era tanto, pero tanto el ambiente de desolación y nostalgia que se respiraba allí dentro que uno incluso podría vivir los recuerdos que ellos sólo re-traían a su mente segundo tras segundo con el fin de, al menos, intentar perdurar una conversación que aunque carecía de razón para todos los demás, tenía un poco de sentido para ellos.
Tom no habló. No dijo ni una palabra. Porque sabía perfectamente a lo que ella se estaba refiriendo.
Ella tampoco preguntó los motivos de su enojo, aunque se los podía imaginar muy bien... Y por esas razones no quería indagar en la vida de Tom: porque encontraría cosas que no le gustarían hallar.
Entonces Tom, un poco más calmado, fue hacia la heladera...
Y, sólo por un segundo, sólo por uno... Sonrió.
Y eso le bastó para darse cuenta, que aunque él había re-hecho su vida y revuelto todo su calendario, no la había olvidado...
Y para darse cuenta de que, en realidad, la ausencia del olvido traía el dulce y nostálgico recuerdo del cual, algunas noches, Tom se hacía dueño para divagar en los oscuros caminos de su pasado y así entonces recordar lo que alguna, alguna vez, lo hizo realmente feliz.
El que vive de recuerdos no tiene realidades... Dicen.
Pues Tom la tenía.
Y más alla de todos los pensamientos que pasaban por sus mentes en aquel momento, sólo una frase solía resonar en la cabeza de Cate:
Nunca hubiera funcionado...”


domingo, 29 de septiembre de 2013

Una vez más tendré que darle razón a mi padre, cuando sabiamente me advirtió de ti. Me dijo que no confíe en los indecisos, porque aquellos son los que en realidad tienen una decisión, pero les hace falta confesión. Si tenías confusión, yo podría darte comprensión. Pero preferiste la maldita omisión, la puta maldición, de arruinar nuestra relación. Te juro que para eso no hay perdón. No hay Dios que dé reconciliación, a alguien que prefiere la adicción a la traición. Se acabo esta canción, y toda la emoción. No hay ser en la Tierra que admita tu reacción. Y aunque en un momento tuve retracción, ya no. Es que enfermas mi corazón. Llegó el fin, llegó la gran lección; llegó, mi amor, tu puta destrucción.

martes, 24 de septiembre de 2013

Nunca hubiera funcionado...

Hacía tiempo ya desde la última vez que se vieron.
Apenas ella entró al lugar, pudo verlo, caminando sin parar, ansiosamente esperando por algo.
En el momento exacto en el que ella lo vio, se ruborizó por completo.
Aunque no entendía bien a que se debía aquella desesperación, Cate sólo siguió adentrándose más y más en aquella habitación, sin importar las otras personas.
Tom seguía desesperadamente yendo de lado a lado de la habitación...
Si bien no se habían saludado, ellos ya habían entrado en conversación. Porque la relación eran así: sin pudor y con confianza extrema.
Los meses sin verse cayeron encima de él como piedras en una tormenta, y lo golpearon tan fuerte hasta entender que en realidad ella le hacía falta.
Un aire de melancolía rodeó el ambiente y se apoderó del lugar, en el instante mismo en el que Cate giraba los ojos siguiendo los agotadores pasos de su antiguo amado.
Los dos sintieron lo mismo, sí. Los dos se extrañaban.
Apenas habían pasado dos minutos, y entonces Cate sólo soltó y dejó caer la primera frase que daría lugar a una situación bastante incómoda:
Cansada de ver los austos pasos de Tom, e inclinándose hacia la silla para poder sentarse; con un aire agotador, y hasta incluso de mala gana, Cate chifló: Uf, ya se puso de malhumor.
Por lo que Tom, que estaba en el baño buscando quién-sabe-qué, detuvo su total acción y se dedicó por un momento a mirar a Cate de una forma extraña, y entonces él sólo preguntó: ¿Cómo sabes eso?
Se le heló la sangre. 
Paralizada por aquella incógnita y un poco ruborizada por la imparable búsqueda de una respuesta, ella no pudo responder a esa pregunta de inmediato.
En realidad, nunca había podido realmente responderse a todas las preguntas que él le había hecho... 
Y entonces, en algún lugar de su mente, Cate recordó algo... Por lo que, esbozando una sonrisa más para sí misma que para él, respondió con seguridad: Un año y medio de conocernos no fue tan en vano...
La situación no fue tensa, ni incómoda, ni horrible. Sólo que, si alguien entraba a ese lugar en aquel momento, hubiese respirado el frío aroma de los recuerdos. 
Era tanto, pero tanto el ambiente de desolación y nostalgia que se respiraba allí dentro que uno incluso podría vivir los recuerdos que ellos sólo re-traían a su mente segundo tras segundo con el fin de, al menos, intentar perdurar una conversación que aunque carecía de razón para todos los demás, tenía un poco de sentido para ellos.
Tom no habló. No dijo ni una palabra. Porque sabía perfectamente a lo que ella se estaba refiriendo.
Ella tampoco preguntó los motivos de su enojo, aunque se los podía imaginar muy bien... Y por esas razones no quería indagar en la vida de Tom: porque encontraría cosas que no le gustarían hallar.
Entonces Tom, un poco más calmado, fue hacia la heladera... 
Y, sólo por un segundo, sólo por uno... Sonrió.
Y eso le bastó para darse cuenta, que aunque él había re-hecho su vida y revuelto todo su calendario, no la había olvidado... 
Y para darse cuenta de que, en realidad, la ausencia del olvido traía el dulce y nostálgico recuerdo del cual, algunas noches, Tom se hacía dueño para divagar en los oscuros caminos de su pasado y así entonces recordar lo que alguna, alguna vez, lo hizo realmente feliz. 
El que vive de recuerdos no tiene realidades... Dicen.
Pues Tom la tenía.
Y más alla de todos los pensamientos que pasaban por sus mentes en aquel momento, sólo una frase solía resonar en la cabeza de Cate:
“Nunca hubiera funcionado...”

miércoles, 18 de septiembre de 2013

TIM

Su habitación era negra, aunque no tanto como sus secretos.
Las paredes eran violetas y rosas, como las curvas de los arco iris  uno mezclado con el otro, formando una fantasía increíble. 
Él era un chico cualquiera. Como cualquiera de Nuxbit. Lleno de estrellas, irradiando luz mediante su sonrisa – literalmente –, con sus ojos achinados haciendo lo que más sabían hacer: girar, y girar, y girar.
El veía todo a la vez, era como Dios.
Tim veía el cielo, en él se veía reflejado... 
Él llegó arriba de todo, y entonces entendió: “Oh... ¡Estoy formado por estrellas! ¡Qué bien!”.
Y sí que era un bien.
Su sonrisa entonces comenzó a iluminar todas sus paredes, que giraban siendo violetas y rosas como la forma de un arco iris; transformándolas en un blanco que chocaba con él y entonces irradiaba más luz. Con un volumen de pureza bastante alto y secuencial, él se veía desde afuera, desde la ventana del techo.
¡Oye! ¡Ese soy yo!
Y entonces no sólo se veía reflejado en el espacio, sino también en su propia casa. 
Él se veía azul oscuro por dentro, con sus estrellas, la mayoría de ellas amarillas, y sus planetas, la mayoría de ellos rojos, con aros alrededor de un amarillo aún más fuerte.
Él sólo giraba y entonces la galaxia se representaba en él.

Tim veía su figura por la ventana mientras que veía desde la perpectiva de su Otro Yo, girando sonriente y feliz, y soñando esto, y desde aquel techo él veía la galaxia que había en su Otro Yo.
Esa galaxia... Era increíble porque parecía ser tan real y tan ficticia a la vez.
Él no entró, allí, esa noche.
No sabemos si otras noches lo ha hecho, hace mucho no veo a Tim.

Espero que Tim haya explorado algún día las galaxias de su Otro Yo.
Espero que él pueda entender que está hecho de estrellas, y de luz.
Y que entienda que, al igual que un espejo, el refleja su propia luz, irradiando brillantes por cualquier habitación.
Y que entendiera que la Galaxia existe para ser explorada, porque nosotros existimos para ser Explorados. Por nosotros mismos y por otros.
Que entendiera que todo está bien, todo lo está.
Que él tiene que ser Feliz.

Que lo único que sobrevive, siempre, es el Amor...
Como él por su Otro Yo, y por aquella Galaxia.

Elena, cartas a Peter.

Ella era como Blancanieves pero sin enanos. Ella era la enana.
Cuando fue a la casa de él se sintió extraña.
Arthum era un buen hombre, sí. Pero tal vez demasiado para nuestra querida Elena.
A Elena le gustaba la fiesta. La diversión, los fuegos, alucinar. 
Pero él no era eso. Él no era, en realidad, NADA de eso. Por lo que, realmente, era todo lo contrario: aburrido, con libros, y gigante.
Este gigante que era violeta, quería, o eso hacía parecer, mucho a Elena.
Elena era también un poco alucinógena. A veces en ese bosque de flores, que tenía el tamaño de un pie humano, las terribles personas solían confundirla con un hongo alucinógeno. Debido a su belleza, aunque algo desgarrada debido a sus años de práctica y uso, ella parecía, literalmente, una droga. Por lo que cada humano que ingiera a Elena la vería. Como estrellitas rosas destallantes saliendo de tus propios ojos.
Elena era algo tímida, allí en esa casa, con ese gigante.
Cuando ella pudo por fin hacer lo que más queria – volar – se sintió más comoda.
Pero él, él la atrapaba. La tenía agarrada, como pareja. Pero ella sentía que la estaba ahogando.
No hay que pasar de alto el detalle de que Elena tenía un problema. A pesar de toda la educación que había recibido ella de niña, pese a todo el esfuerzo de sus padres sus maestros y su novio, pese a que su novio callaba toda queja con un bruto, sin importar que ella era la chica perfecta; sacando de lado todo eso, ella padecía un defecto: era caustrofóvica. 
Todavía no lográbamos entender por qué, la Señorita Elena, tenía ese ataque psicológico.
Se había llegado a pensar que su niñera cuando Elena a penas era Elenita, la mataba a golpes. En sentido figurado. 
Pero ese era un detalle que hoy en día, se pasaba por alto.
Elena estaba con Arthum a lo alto en un Peïs, sin saber como salvarse.
Aquel gigante violeta la estaba sofocando, ella estaba teniendo ataques, pero siendo muy astuta nuestra Señorita Elena, ella encontró una maravillosa e incluso extraña resolución efectiva: Pensar en su novio.
Entonces Peter llego a su mente.
Peter era un hombre, un hombre común. Él era su ying-yang. Durante años Elena llegó a pensar que él podría ser su alma gemela... Elena describía la primera vez que vio a Peter como “la primera vez que lo ví todo, realmente”. Y entonces también describía cada excelísima vez que repetían sus actos de fuego, como una frase muy común en inglés “brilliant”. Lo describía como “sumergirme en mí”. Como “hallar la perfección”. Como “vivir a pleno”. 
El fuego celeste de Peter quemaba con lo verde de Elena. Y entonces otras pequeñas estrellitas rosas destallantes desprendían de sus ojos.
Elena estaba imaginando aquello. Imaginando más calor con Peter. Ellos, claramente, podían comunicarse juntos.
Elena sólo le pedía que no deje nunca de darle placer. Peter asintía.
Y entonces mientras aquel gigante la apretaba y torturaba, Elena iría mezclando asuntos con Peter.

No me dejes caer, de este sueño jamás. – Elena, cartas a Peter.

Luz vs Oscuridad

Una vez había un alma hecha de Luz. Ella estaba en el centro de la Esfera, de donde todas las almas se originan y de donde la misma Luz les da forma. 
Ese almita estaba llena de Luz. Iluminaba todo lo que había al rededor. Pero esa alma estaba triste, porque no podía verse a sí misma.
Pese que las demás almas, incluso Yo, le decía “Tú estás llena de luz. Tú eres luz, y das luz”; ese alma no se lo podía creer, porque no lo veía.
Entre tanta luz, sólo había luz, entonces ese alma era como una vela al Sol: ilumina pero no se nota.
Ese alma estaba angustiada, porque no podía conocerse a sí misma. No sabía quién era, no sabía qué hacer para conocerse. 
Y entonces un día le dije: Querida mía, ¿sabes que puedes hacer para verte?
-Oh, Dios Mío, ¡dime lo que puedo hacer y lo haré!
-Tienes que ir a la Oscuridad.

Y entonces ese Alma salió de la Esfera de luz y fue a la Oscuridad. Allí, donde todo es negro, y hasta la ceniza más apagada que antes era luz brilla. 
Entre tanta oscuridad, el alma pudo ver su Luz. Pudo ver que irradiaba belleza. Pudo ver que iluminaba cada rincón de esa Esfera de Oscuridad. 
Al fin, ese alma pudo conocerse. Pudo verse. Pudo ver lo que era, de qué estaba hecha, y para qué servía.
Pero entonces, en el medio de la Oscuridad, ese alma dijo: ¡Oh Dios! ¿Por qué me has abandonado?


La enseñanza de este relato se divide en dos partes.
Lo primero que debes saber, es que todos somos luz. Todos fuimos hechos y creados de la misma forma. Todos estamos formados por Luz, y todos – originalmente – irradiamos Luz y Belleza.
De aquí parte la primera enseñanza: no hay Luz sin Oscuridad.
La pequeña alma – que representa a cada uno de nosotros – brillaba, pero no podía notarlo porque estaba en un lugar que brillaba por sí solo. 
Si ponemos luz donde hay luz, ¿de qué nos sirve? 
Todos tenemos luz, y todos podemos hacer brillar; sólo que tenemos que ir a ese lugar en donde el Sol brilla menos. A ese lugar, en donde hay sombra. A ese lugar donde hay Oscuridad. 
Por ello es que es necesario despegarse de lo bueno, de lo hermoso, para ir hacia lo oscuro y lo doloroso. Porque sólo así podremos crecer, aprender y ser fuertes. Conocernos a nosotros mismos, conocer nuestros poderes y poder manejarlos.

La segunda enseñanza: Dios jamás nos abandona. Dios nos habla al oído, aunque pocas veces podamos escucharlo. Dios nos acompaña, y nos aconseja.
Cuando el Alma se queja de que Dios la haya abandonado, representa cuando nosotros pasamos por un mal momento y decimos que Dios es injusto, o que Él se ha ido.
Él nos aconseja. Nos dice por qué camino ir. Nos dice hacia dónde debemos ir. 
Dios, sólo quiso que este Alma se expanda por los diferentes caminos para que pueda conocer realmente su esencia.
De la única forma que esa Alma podía conocerse y ver su Luz, era yendo a la Oscuridad (como muchos de nosotros). 
Pero ese Alma ahora, evolucionó. Y sabe muchas más cosas. Ese punto de Luz, ahora, sabe que es Luz. Y está feliz con ello.
Ese punto de luz ahora creció. Ahora es más fuerte. Ahora podrá derribar a la Oscuridad porque ya sabe, con seguridad y firmeza, que ella es Luz.
Y la única forma de que esto suceda, era yendo, literalmente, a lo Oscuro.

Que de dictaduras.

El día que empecemos a ir de frente y decir verdades,
que contemos todo y no sólo las mitades.
El día que dejemos de callar y haya confesión,
se sabrá que la omisión en realidad es traición.

Porque de un secreto chico se arma un quilombo grande,
y parece que a nosotros nos gusta tanto tanto
taparnos los ojos
que ni siquiera nos gastamos en mirar al lado.
Mirar al otro, cómo lo hacemos mierda.
Que se destruya y que hasta su esencia pierda.
Que se enferme y vean que no haya cura,
que sólo al llegar al tope de esta dictadura,
uno se preocupe por esa criatura.
Aquella que nació en ese lugar,
aquella que nunca pudieron domar,
esa que siempre quiso hablar,
pero los hijos de puta de esta ciudad
no la quisieron escuchar.

miércoles, 31 de julio de 2013



A ese punto estar desnuda delante de él no era gran cosa. Es decir, eso no lo ganamos en un abrir y cerrar de ojos; fueron dieciséis meses. DIECISÉIS (setenta y un semanas de las cuales él parece acordarse, actualmente, cero.)
No había nada más hermoso, en este enorme mundo, que su piel. Nada que me gustase más, que acariciarla y sentirla. Nada que fuese más sublime, que su piel blanca y suave, rozando la mía. Y además de eso, también tenía un perfume... Una esencia natural, un olor que me hacía enloquecer. La temperatura de su piel, su textura y su aroma, hacían que esos simples roces se vuelvan para mí, la gracia de mi existencia.
Él tenía ese cuerpo que a mi me gusta encontrar (y que jamás volví, ni a ver ni a tocar, ninguno igual).
Comenzando por sus hombros, en los cuales me encantaba apoyar la cabeza, esos mismos que me hacían sentir que todo iría bien, esos mismos que daban inicio a un mundo de infinitas posibilidades que comenzaba allí y terminaba en la punta de sus pies.
Y su espalda, que iba dando vueltas y curvas hasta llegar justo al inicio de sus pantalones. Su espalda que se retorcía y remodelaba, achicándose, en el lugar justo donde estaba su cintura. Esa misma de la cual adoraba, yo, sostenerme; mientras sentía que me desmoronaba, en cuerpo y mente, tocando sus labios.
Él era flaco, sí. Lo que hacía parecer que tenía abdominales marcados. No sé si los tenía, tampoco me interesaba; sólo sabía, que él tenía el cuerpo perfecto, en el cual yo me sumergía.
Y parecerá raro, porque yo lo tenía todo de él, todo su cuerpo, era todo mío. Cualquier cosa yo podía tener. Pero había algo, algo que me parecía inalcanzable: sus manos. Sí, así como se lee, y así como suena, sus manos. Era una mano simple, normal, no crean que me obsesionan. Pero sus manos eran mi cielo. Simplemente porque con ellas él hacía que mi cuerpo se encienda, y que mi mente se desconecte. Sus manos hacían que mis células se sientan, verdaderamente, vivas. Pero más que nada, ellas eran para mí el paraíso, sencillamente porque era difícil tocarlas. No en cualquier momento podía. No en la calle, no en lugares públicos, no incluso solos en una casa. Pero ese día sí pude. Porque ese día, finalmente, pude tenerlo todo a él; todo, completo, sin límites ni restricciones. Ese día, él fue completamente mío, y nadie (ni siquiera él mismo) podrá borrar eso del pasado. Porque así fue y así seguirá siendo.
En cuanto a su fisonomía, sus ojos era lo que más me gustaba. Pese a que él, la gran mayoría del tiempo, los ocultaba, ya sea apropósito o no; yo amaba su color. No podía decir, que me sumergía en ellos, ya que eran demasiados chicos como para bucear allí entro, y él tampoco me dejaba hacerlo al parecer porque no le gustaba, se ponía nervioso cada vez que fijaba mi mirada en la suya. Pero yo sí los contemplaba. Dos veces al día, al menos por tres segundos, yo miraba sus ojos, su forma, su color; el cual cambiaba según el día (en cuanto a mi opinión, el color de los ojos no cambia si el día está nublado o soleado, el color de los ojos cambia si uno está triste o contento); sus pestañas, las cuales no eran muy largas, su mirada y su esencia. Esos ojos verdes, con manchas marrones, un color único y exótico; ese color que sólo una vez, sólo una, volví a encontrar... Y ni siquiera unos iguales, sino unos meramente parecidos, en los ojos de un profesor mío de tercer curso. Esos ojos, me encantaban. Hacían que me derritiera, que me deshaciera y que me volviera a hacer, como lava caliente condensando y enfriándose consecutivamente. Así, así hacían que yo me sintiera.
También tenía pecas. No muchas, no muy notorias. Sólo algunas pecas, como chispas de chocolate, que luego de haber perdido un poco su color, habían sido arrojadas al azar en su hermoso rostro.
Sus labios... Ay... Aquellos labios... Eran grandes, más que los míos. Y me llevaban a la séptima Luna de Neptuno... Simplemente me hacían conocer lo eterno.
Si bien, su dentadura no era algo por lo cual uno podía sentirte orgulloso, yo veía, en su sonrisa, la pequeña felicidad de un niño pequeño. Cuando lanzaba una risita, simplemente me hacía sentir como si estuviese al lado de un niño que había recobrado su alegría. Era un infantil, cuando lograba reírse.
Habiendo descripto ya, calculo, casi todo su ser – dejando de lado su inentendible personalidad – creo que es hora de, al fin, comenzar a relatar los hechos que se dieron, uno detrás de otro, ese hermoso e inolvidable día.
(Quince minutos intentando escribir cómo fue nuestra primera vez y lo único que conseguí volcar fue:
Intentar recordarlo enciende cada célula de mi cuerpo.)

Cuando pude tener su cuerpo sobre el mío, al fin haciendo lo que tanto tiempo habíamos, él y yo, esperado que pase; cuando logré por fin que nuestras pieles se rocen, cuando logré tenerlo todo a él, cuando pude luego de tanto tiempo lograr tomarlo de la mano; en ese momento sentí... todo. Todo, lo positivo, que puede llegar a sentir una persona en un determinado momento, todo eso, yo lo sentí Ahí. Justo allí. Y con él cerca mío.
Simplemente eso puedo decir, puedo explicar. Ese momento fue... fue... todo. Simplemente lo fue todo.
Disfrutar, junto a la persona que quieres, disfrutar exactamente ese momento. Disfrutarlo no con él de expectador, sino disfrutarlo los dos de visitantes. Ambos en la montaña rusa, sintiendo la adrenalina y el fervor. Ambos en el acto. No dos contrincantes; sino dos almas de la mano. Hacer eso, vivirlo juntos, no es lo mejor que una persona pueda experimentar... Es todo lo que una persona merece experimentar.
Él se movía, perfectamente, pese a que yo esperaba lo peor... Él chocó en mi vida y rompió las bases. Por eso le quería. Él hacía todo bien. Todo. (O al menos eso me parecía) Y también lo hizo en ese momento. Sus besos eran perfectos, sí, pero yo no quería besarlo. Yo sólo quería, de cerca pero no demasiado, observarlo. Observar sus formas, sus líneas y encurvaciones. Quería tocar y sentir su piel, sentir como se fundía con la mía. Quería sentirlo dentro de mío, siendo uno. Quería beberlo, como una esencia de aroma delicioso que excita a consumirla. Como un cigarro encendido.
Yo quería vivirlo. ¿Entienden? Y lo hice. Ese día sí, sí lo hice.
Lo mejor, sin duda, fue cuando pude tomarlo de la mano. Allí, allí en mi paraíso, en mi mundo propio con él de la mano. Allí fue donde él más lejos me pudo llevar.
Yo tragándome su aliento, el respirando el mío. Aspirábamos pensamientos de los otros, sentimientos, energía. Compartíamos e intercambiábamos pasiones, depresiones, tensiones y secretos. Miedos, logros, recuerdos y karmas. Lo canjeamos todo. Todo lo de ese momento, y lo de otros. Todo lo que pudo haber en nuestro pedazito de galaxia desde que comenzamos a funcionar hasta ese momento. Y entonces es allí, es donde yo digo, que jamás nadie podrá borrarme de él ni borrarlo de mí; porque él se llevo un pedacito mío, y yo uno suyo. Y aunque la siguiente persona intente llenarlo y completarlo con su amor y fantasías, el pedacito ese siempre le va a hacer falta, porque yo lo sostendré en mi mano, y jamás nada me hará soltarlo. Así, tan simple como eso.
Little me –
Entonces, le agarré la mano, y la apreté. Con dolor, pero un dolor que me hacía vibrar de satisfacción, un dolor bueno, una herida que no arde, que solamente hace reír.
Y entonces él la apretó más fuerte, hasta que ambos dolores, yo por él y él por mi, se juntaron y se hicieron amor. Sencilla y enormemente amor.Y ese amor, ese amor me llevó a las nubes y me hizo ver el cielo. El cielo, no de una noche radiante, sino de una mañana brillante. Con un Sol encegecedor, un aire fresco de paz, de satisfacción, un nuevo día que volvía a comenzar.
Por eso digo que ese momento lo fue todo;
porque me hizo ver el cielo, el Sol, la luz, a pleno. No un pedazo, no sólo rayos de Sol entre las nubes, no a medias; él me hizo verlo todo. A 360°. Arriba, abajo, a la derecha, y a la izquierda. Todo.
porque esa luz me gustó, y me cegó, tanto, tanto, que quedaré encegezada, por esa luz tan radiante, de por vida. Porque esa luz me hace ver ahora una diferente realidad. Ha marcado completamente todo lo que viviré de ahora en más. Sin ese momento, nada de lo que yo viviera ahora tendría la misma perspectiva. Nada.
Y entonces, así como empezó, terminó. Con besos, sujetándome a su pelo y él mitad a la cama y mitad a mi cintura. Con secretos derrumbados y pasiones alcanzas. Con un sueño menos por cumplir. Con una energía más pero un peso menos. Con amor.
Con amor lo hicimos, y con él lo terminamos.

Siempre, todo, con amor.


viernes, 28 de junio de 2013

Sólo léalo.


Imaginen si nada existiera.
Ni vos, ni tu familia, ni la sociedad, ni la gente.
Ni los animales.
Ni las plantas.
Ni el mar, las rocas.
Si el mundo no existiera.
Si las estrellas caerían del cielo. No, ni siquiera. Si el cielo no existiera. Y las estrellas no pudieran caer de él. 
Si los planetas, los astros, la galaxia no existiera.
Si el Universo no existiera.
Si las dimensiones, el tiempo, el espacio, NADA EXISTIERA.
¿De algo.. Acaso de algo valdría la pena?
No, no y no.
Pensá en todo lo que está, y qué extrañarías si nada estuviera. Porque eso es lo que necesitas y eso es lo que te hace falta.
Naturaleza. Tranquilidad. Paz. Paz de los campos, paz de las tierras y en la vida.
Amaneceres, atardeceres.
El ruido del mar.
El romper de una ola.
El brillo de la luna y de todas sus estrellas.
Los planetas, la vida eterna.
Amor. Entre por para y sobre todas las cosas del Universo. El de aquí, el de allá, y el de todos lados.
Lluvias, plantas, vegetación.
Flores.
Aromas, perfumes.
Pensamientos positivos. Buenas vibras.
El calor de la arena. Las playas.
El puro color del océano.
Las almas de seres en profundidades que jamás llegaremos a conocer. O al menos no recordamos.
Eso también: memorias.
Momentos, recuerdos.
Fotografías. 
Sonrisas, alegría. Familia, amistad y prosperidad.
¿Acaso... Acaso algo valdría la pena sin nada de esto?
Miradas. Miradas que dicen todo.
Sonidos. Que enamoran: La música que te gusta. La voz de un ser querido. Ondas incaptables que van al centro de un alma a otra.
Arte. El arte como descarga, como vía de escape.
La escritura, la pintura, el espionaje. Observar: el simple arte de observar algo hasta entender todos sus colores, toda su lujuria, todo su resplendor y su camino; todo lo que tenga para decir. Filosofía. Reflexión. Psicología. Arte en cerebro, cuerpo y alma.
Esperanza. Esperar con amabilidad, con confianza, con anhelo... Con amor.
El latido del corazón. Ése que bombea para que toda la vida emane y recorra tus venas, tu cuerpo y tu ser.
Cosas infinitas. Entender el infinito entre dos almas. Que nadie más lo pueda entender.
Lo eterno del amor. Lo eterno del alma. Lo eterno de vivir, de morir. Lo eterno de existir.
Plegarias, rezos, risas, ayuda, caridad y solemnidad. Sueños. Pasados. Presentes y también futuros. Caminos. 
Muchas cosas extrañaría. Muchas cosas me harían falta y muchas de esas cosas son las que no valoro hoy en día cuando un mínimo detalle, un mínimo problema, sin entender todavía cómo, rompe con todas estas cosas hermosas que son irreemplazables. No nos preocupemos por los detalles, por los problemas y preocupaciones (lo cual ni siquiera existe porque no debemos PRE- ocuparnos, sino ocuparnos del asunto que nos inquieta), no nos estanquemos en algo que ya se terminó, por más que no le encontremos el sentido ahora. Porque entonces seremos seres estancados en un mundo que está en constante movimiento. Y entonces lo perderíamos todo.
Y nos perdemos tantas cosas... TANTAS cosas, día a día, amanecer tras amanecer, año tras año, que uno a veces no logra entender cómo es posible que teniendo infinidades de disfrutes, desperdiciemos todo en un mal momento o incluso en un mal augurio, lo que me parece totalmente absurdo. ¿Sufrir por algo que todavía no ha llegado y tampoco se está seguro de que pase? ¿Qué lógica tiene todo eso?
Quisiera que todos reflexionemos sobre esto.
¿Qué extrañarían? Y denle un poco más de valor.
¿Qué no? Y entonces elimínenlo de sus vidas si no les resulta necesario.
¿En serio, en serio merece más tiempo un mal momento que uno bueno? Si la respuesta es sí, pues usted no comprendió el texto. Si la respuesta es no, pues entonces trate de no hacerlo.
¿Ya demostró amor hoy? Si la respuesta es sí, pues siga haciéndolo, siempre queda algún hueco sin rellenar. Si la respuesta es no, pues hágalo. Séalo. Demuéstrelo. Porque usted puede. Y si se niega, pues usted, señor, no ha comprendido el texto. 
¿Ya le dijo, a esas personas especiales hoy, TE QUIERO? Porque es su momento.
¿Es cierto que usted mañana se olvidará de todo esto? Si la respuesta es sí, pues lamento decirle que, señor, usted no comprendió realmente de qué habla este texto. Si la respuesta es no, pues entonces felicito su buena memoria, y también la capacidad de mentirse a sí mismo. Si su respuesta fue "puede ser", pues lector, permitame decirle que admiro su sinceridad y su inseguridad, ya que usted comprendió el texto pero todavía falta interpretarlo. Todos sabemos que cuando haya alguna mala noticia, nos olvidaremos de este texto, de todas las cosas hermosas que gozamos en la existencia, y sólo nos enfocaremos en esa herida, abriéndola aún más, sin dejar cicatrizarla. Pues, la clave es simple: cada vez que sienta que usted está abriendo una herida, lea de nuevo este texto. (O simplemente vaya a dormir, probablemente se levante mejor.)
¿Cambiará su visión del mundo? Si la respuesta es sí, entonces... Vamos, lector, no se mienta a sí mismo. Si su respuesta es no, pues no comprendió el texto. Si su respuesta fue "en parte", entonces, sí, querido lector, mi trabajo ya está hecho. Porque posiblemente durante los próximos minutos, las próximas horas, con mucha suerte los próximos días, usted vivirá más para el mundo que de él. Y entonces comprenderá el verdadero significado de esto.

Finalmente, ya dicho esto, ya contestadas las preguntas, ya habiendo leído el texto, sólo queda interpretarlo y reflexionarlo. (Y en el mejor de los casos: llevarlo a la práctica). Espero que usted disfrute de su día, tal como lo disfrutarían otros que lastimosamente no pueden porque no han leído este texto y no les ha tocado ninguna parte de su corazón, por lo tanto no pudieron entender el verdadero significado de la vida. Espero que, al menos, le haya conmovido algo por dentro. Y si fue así, pues estoy alegre de comentarle que esa es su alma... Su mismísima alma conmoviéndose, al leer y recordar el significado de existir, de vivir, de perdurar y nacer día a día estando feliz. Esa es su alma, que le intenta decir: sí, sí es así. Este es el verdadero significado. Este es el verdadero camino. El que Dios siempre quiso que sigamos. El que todas las almas siempre quieren seguir. Y si no lo hacemos, es porque la limitación humana, junto con sus reproches, quejas, órdenes del pasado, inquietudes y presiones, impiden recorrer plenamente ese camino.
Espero que esté feliz, que haga feliz a otros.
Espero que demuestre y sea, amor. Usted que sí puede serlo. Porque si llego hasta este punto de la lectura es porque le interesa serlo. Y sí, sí puede. Entonces hágalo.
Espero que hagamos otra conexión, pronto.
Con felicidad y amor,
un alma como cualquiera.

Tatiana Sorroche.

jueves, 30 de mayo de 2013

Aprendí que...

A los 2 años, aprendí que caerse duele.
A los 3 años, aprendí que duele más una palabra que un golpe.
A los 4 años aprendí lo interesante que puede ser un rompecabezas.
A los 5 años, aprendí que a los pececitos dorados no les gustaba la gelatina...
A los 6 años, aprendí que bañar a las tortugas con agua caliente las mata aunque huelan feo.
A los 7 años, aprendí lo confortante que se siente un abrazo de papá o mamá cuando me daba miedo o simplemente cuando sentía que necesitaba sentirme amado.
A los 8 años, aprendí que no todo se puede arreglar con un berrinche.
A los 9 años, aprendí que mi profesora sólo me preguntaba cuando yo no sabía la respuesta.
A los 10 años, aprendí que era posible estar enamorado de cuatro chicas al mismo tiempo.
A los 12 años, aprendí que, si tenía problemas en la escuela, los tenía más grandes en casa
A los 13 años, aprendí que, cuando mi cuarto quedaba del modo que yo quería; mi madre me mandaba a ordenarlo
A los 15 años, aprendí que no debía descargar mis frustraciones en mi hermano, porque mi padre tenía frustraciones mayores... y la mano más pesada.
A los 16 años, aprendí que mi hermana no era mi mayor enemiga, y que podía ser mi mejor confidente.
A los 17 años, aprendí que emborracharte no siempre es el mejor sentimiento, (menos al otro día) y que no es la mejor forma de solucionar los problemas.
A los 18 años, aprendí que no valía la pena discutir con mi madre.
A los 19 años aprendí lo que duele dejar a alguien que amas.
A los 20 años, aprendí que los grandes problemas siempre empiezan pequeños.
A los 21 años, aprendí que un libro puede llegar a ser una buena compañía.
A los 22 años, aprendí que si encuentras a la mujer adecuada te puede enseñar a amar.
A los 23 años, aprendí lo que es extrañar a alguien y lo grato que es volverlo a encontrar.
A los 24 años, aprendí que con el tiempo las cosas se miran de una forma diferente.
A los 25 años, aprendí que aunque me quería comer el mundo aún me faltaba mucha experiencia.
A los 26 años, aprendí que no importa lo lejos que viajes cuando quieras huir de algo, tus problemas siempre te acompañaran a lo largo de toda la travesía.
A los 27 años, aprendí que él titulo obtenido no era la meta soñada.
A los 28 años, aprendí que se puede hacer, en un instante, algo que te va a hacer doler la cabeza la vida entera.
A los 30 años, aprendí que se necesita mucho amor, paciencia y inteligencia para vivir con alguien.
A los 31 años, aprendí lo que es ser padre y me empecé a dar cuenta de lo que eso significa.
A los 32 años, me di cuenta lo que me falto platicar y convivir con mi padre, y lo mucho que me falto aprender de él.
A los 33 años, aprendí que a las mujeres les gusta recibir flores, especialmente sin ningún motivo.
A los 34 años, aprendí que no se cometen muchos errores con la boca cerrada.
A los 35 años, aprendí que puedes deprimirte como cuando tenias 17 años y eso no está mal, sólo significa que estás empezando a pensar en tí mismo.
A los 36 años, entendí que mi madre no va cambiar y sigue siendo inútil discutir con ella.
A los 37 años, comprendí lo lejos que estaba de saber quién era.
A los 38 años, aprendí que a veces la vida se repite y duele igual que la primera vez.
A los 39 años, aprendí que ser buen amigo no se trata sólo de recibir.
A los 40 años, aprendí que, si estás llevando una vida sin fracasos, no estás corriendo los suficientes riesgos.
Luego, al pasar de los años aprendí.
Que puedes hacer a alguien disfrutar el día sólo con un pequeño detalle que casi siempre no cuesta nada.
Que niños y abuelos son aliados naturales.
Que ver una buena película puede darme una tarde agradable.
Que aprender a aceptarme como soy me puede ayudar a no sentirme tan solo.
Que es absolutamente imposible tomar vacaciones sin engordar cinco kilos.
Que no puedo cambiar lo que pasó pero puedo dejarlo atrás.
Que las cosas que te pasan y que te duelen siempre te dejan una enseñanza, y está en ti aprender de ella.
Que nunca es tarde para decir lo siento y perdón.
Que puede doler pero sé que después me voy a sentir mejor.
Que nunca es tarde para decir la verdad (por más dura que ésta sea) y que tampoco es tarde para enfrentar a quien le hice daño, si aquella persona te quiere te sabrá entender y perdonar.
Que pedir ayuda puede dar mucha vergüenza y miedo, pero que a veces es necesario y hay que sacar fuerzas y valor para hacerlo.
Que la mayoría de las cosas por las cuales me he preocupado nunca suceden.
Que esperar a los hijos despierto cuando salen de noche no va a hacer que lleguen más temprano.
Que si esperas a jubilarte para disfrutar de la vida, esperaste demasiado tiempo.
Que nunca se debe ir a la cama sin resolver una pelea.
Que me hubiera gustado tener la experiencia que tengo ahora cuando era más joven, seguramente no habría dejado pasar muchas oportunidades.
Y que ahora entiendo que eso es imposible y que sólo me queda aplicar mis experiencias y no perder la oportunidad de encontrar a un amigo.
Que si las cosas van mal, yo no tengo por qué ir con ellas.
Aprendí que envejecer es importante.
Aprendí que amé menos de lo que hubiera debido.
Y hoy... me doy cuenta que todavía;
Que tengo mucho para aprender, y que no importa la edad que tengas, aun estás a tiempo de cambiar las cosas y ser feliz. 

Ruta 16


Ella era su calor en pleno invierno. Ella lo sostenía. Pero ella ya no estaba. Su piel blanca como la nieve se había perdido en el dulce viento de un amanecer en las montañas. La puesta del Sol recién comenzaba y ella ya estaba preparada para partir, silenciosa como ninguna otra, pero no por eso dejaba de ser pura como su blanca y suave piel. Ella abrió la ventana y observó hacia afuera mientras tomaba tal vez su última taza de café caliente. Respiraba profundo pues le costaba llevar a cabo esa decisión tan horrible que había tomado. Ya no entendía los por qué, ni los cómo, ni los cuándo. Sólo entendía que así era y así debía ser. Entonces respiró como si fuera el último respiro de su vida. Puso su atención en los poros de su nariz, en el aire que entraba. En el suave aire de la mañana que entraba en su nariz, percibiéndolo como el rico perfume de cacao que él siempre usaba, en cómo ese aire pasaba por su garganta y la secaba, y cómo llenaba sus pulmones mientras un sentimiento de culpa y miedo le golpeaba el corazón hasta medio-matarlo. Y entonces tragó para sacar esa sequedad en la garganta, pero entonces se formó un nudo. Un nudo de angustia y dolor, que resistió todas las veces que ella tragó para borrarlo. Y ese era el problema. Ella tendría que haber dejado de tragarse las cosas como si fueran nudos en su garganta. Ella tendría que haber escupido todo lo que pensaba y sentía. Todo lo que quería decir pero alguna absurda razón le impedía hacerlo.
Pero no importaba porque ya era demasiado tarde para hablar. Ya era demasiado tarde para demostrar. Para pensar. Para decir. Para sentir. Ya era tiempo de hacer. De hacer y terminar con ese nudo en la garganta que le impedía vivir.
Humedeció su garganta y una vez lista, exhaló como si de su propios pulmones se originara el viento. Exhaló con fuerza y decisión. Y entonces, esta vez por fin decidida, tomó su último trago de café y lo dejó en la mesada, sin dejar de mirar el Sol y su color rojo sobre las nubes de ese amanecer fresco en invierno que le clavaba mil cuchillas cada segundo. Tomó su abrigo, miró una vez hacia la cocina, y miró más allá, miró hacia el pasillo que se extendía por detrás de la cocina, como si fuera la última vez que lo vería. Lo contempló, lo recordó, y lo amó. Y entonces sólo por un segundo sintió felicidad de al fin poder acabar con esa historia.
Se dio media vuelta y abrió la puerta de madera verde rasgada y vieja que se hallaba en frente de la cocina. Salió y entonces el viento fresco le golpeó la cara como si el mismísimo Dios le estuviera diciendo que lo mejor era permanecer en casa, en su refugio, junto con su amado y su costumbre. Pero ella lo sintió como un puño... uno que ya no dolía, y sin dudarlo, aspiró ese aire tan profundo de ese hermoso amanecer fresco en un invierno mendozino. Y entonces sonrió, sin querer hacerlo, simplemente sonrió porque su cuerpo y alma así lo querían, mientras cerraba los ojos pensando quién sabe qué. Pero al menos ahora le hallaba el lado positivo a su desgracia.

Cerró la puerta sin mirarla, se acomodó su abrigo y echó a andar por el campo.

Entendí que aprendimos a llenarnos

Estás hecha una nena”. Y sí, puede que lo haya estado. Pero eso no estaba mal. No estaba mal sentir tanta alegría y felicidad dentro mío, hasta llegar al punto de comportarme como una niña de 5 años con juguete nuevo. Y no, no tenía cinco años, y no era un juguete nuevo. Era uno viejo, pero recién le acababa de encontrar sentido. ¿Alguna vez les ha pasado que escucharon una canción por años y años, y luego de un largo tiempo, recién entiendieron lo que significaba la letra? Como cuando te dicen un consejo y todavía no se presenta la situación para aplicarlo. Como cuando lees “El Principito” a una edad y lo entiendes de una forma, y pasados cinco años, lo vuelves a leer y encuentras un significado completamente diferente. Esto era como todo eso. Y me sentía feliz de al fin haberle encontrado un significado que al menos tenga un poco de sentido. Porque si bien no sonaba muy razonable, sí era razonable lo que causaba en mí. No lo entendía, ni él a mi. Pero nos necesitábamos el uno al otro. Hacíamos que eso funcione, y digo “eso” porque no sabía cómo llamarle. Pero lo que sea, la relación que teníamos, amigos con beneficios, “eso”, me hacía bien. Me hacía tan bien, tan feliz, tan completa y llena, que nada importaba. No importaba si la gente pensara que yo estaba “hecha una niña”. Porque por lo menos podía sentir esa energía de ser niño, y con eso me bastaba. Hubo un momento en el que llegué a pensar qué sería de mi si él algún día se fuera. Porque era así, iba a ser así. Algún día todo acabaría, y eso generalmente me hubiese hecho estar preparada y bajar mis revoluciones. Pero no, no esta vez. Si algún día “eso” llegase a acabar, no me importaba. Sólo estaba ocupada por el presente, el AHORA, el mañana ya no importa. Él en el PRESENTE, me hacía sentir completa. Aliviada. Como si por un largo tiempo hubiese cargado una mochila pesada y de un momento a otro, ya no pesara más.
Antes de esto, la relación era pesada. La relación era la mochila. Y dentro de ella se encontraban todos mis sentimientos, como si cada uno de ellos pesara una tonelada. Esperanza, desilución, ilusión, decepción, miedo, amor, encanto, preocupación, celos... Caos. Caos total dentro de esa mochila.

Hasta que de repente, lo entendí. Lo entendí todo... casi todo. No entendía lo que éramos, ni lo que seríamos, ni lo que debíamos ser... No entendía, ni sabía si estaba bien o mal, si era lo correcto o si estaba tropezando una vez más con la misma piedra. No entendía y no me esforzaba por entenderlo. Porque entendí algo, algo más importante que todo eso... entendí lo que sentíamos, entendí lo bien que me hacía y lo bien que yo le hacía a él. Entendí que aprendimos a llenarnos. Entendí y aprendí a no callar lo que sentía; y la preocupación, el miedo, el desgaste... el mismo caos... se fueron de la mochila. La mochila quedó liviana. Quedó sin peso alguno. La relación quedo hermosamente pura. Como si nos hubiésemos dicho todo, y no había nada que aclarar. Y si surgía algún malentendido, yo sabía que lo podíamos solucionar. “Qué mochila tan liviana para un viajero tan antigüo...” Pensaba a veces. Esto se sentía... se sentía bien. Y sí, estaba hecha una niña. Una feliz y satisfecha niña. Y no quería que nada de esto terminase... Nunca.

Él vivía por ese dolor.

Se encontraba solo en su pieza, todavía pensando. Lo podía ver desde la ventana aunque él no se diera cuenta. Le amaba. Le amaba más que a nada en este mundo y me hacía bien tenerlo cerca.
Y si se preguntan por qué lo dejé... Pues no lo sé. Había sido lo mejor en su momento, y creí que sería lo mejor para él... pero me estaba dando cuenta que no.
Él pensaba que yo me había cagado en los 2 años y medio que tuvimos de relación. Como si él nunca me hubiese importado y todo lo que hice fue simple egoísmo. Simple diversión para mí misma. ¿En serio me conocía tan poco? Dos años y medio de relación para que ahora estuviese pensando que todo lo que fui, soy y seré, era nada más que una mierda.
No podía creerlo. Ni él, ni yo. Nada más quería hacerlo más feliz.
Sí, yo lo amaba. En serio lo hacía. Pero no de la misma forma. Me encantaba tenerlo a mi lado, y que esté allí para mí, y cada beso que nos dábamos, cada paso, cada salida, cada detalle... Me encantaba oír su voz y hasta a veces soñar con ella. Incluso me había aferrado a la idea de que si algún ser perfecto existía, tendría su voz. Me encantaba su forma de decir “todo estará bien” mientras me acariciaba el pelo; la enorme esperanza que me transmitía día a día de que en realidad cada cosa estaría bien y al fin y al cabo yo superaría todo desastre. Me encantaba acariciar su piel, sumergirme en sus ojos, y no pensar en nada, nada más que él. Pero también me encantaba el masoquismo... y me encantaba darme con la idea de que algún día yo lo querría tanto como él a mi y podríamos estar juntos en serio. Pero no podía. Lo intentaba y no, nada surgía.
Era como si fuésemos el uno para el otro, pero sólo sirviésemos para lastimarnos.
Y un día me puse a pensar... y dejé todo. Dejé cada cosa que me gustaba de él... lo dejé porque me hacía mal pensar lo grandioso que él era y yo lo estaba desperdiciando.
¿Y por qué? Porque era una estúpida. Realmente no encontraba otra explicación.
Asique eso hice. Lo dejé... dejé todo el asunto porque no podía permitirme saber que él se enamose profundamente de mí y yo no poder darle lo que se merecía. Me desmoronaba frente a la simple idea de que él nunca obtendría lo que quería sólo porque yo no estaba dispuesta a dárselo. ¿Qué clase de persona se permitiría eso? Él me hacía feliz, pero yo no lo merecía. Él se merecía algo que en serio pudiese darle el mundo entero y bajarle la Luna si el lo quisiese, sin tener que pensarlo 2 veces. Y yo merecía pasar el resto de mi vida encerrada en mi cuarto castigándome por todo el dolor que le había causado.
Pero la situación estaba al revés.
Los hombres caían a mí como gotas de lluvia en el invierno, mientras que Claus se la pasaba encerrado en su cuarto, sin comer, pensando qué fue lo que hizo mal.
¿Acaso le di poco? ¿Acaso le di mucho? ¿La amé demasiado? ¿Me pasé de la raya? ¿Por qué me pasa esto a mi? ¿En serio merezco que la persona que más amo en el mundo actúe como si nunca me hubiese visto antes?”
Él vivía así. Vivía de nuestra relación, y yo la corté. La corté y fue como dejarlo sin vida... O eso pensaba, hasta que me dí cuenta de que no era así...y yo en realidad le había dado más que algo en qué pensar... Le había dado un propósito.
Él no se sentía sin vida, era todo lo contrario. Se orgullecía de su tristeza como si de eso se alimentace. Y día a día la utilizaba y la transformaba en algo que lo hacía sentirse vivo. Y al fin y al cabo no se sentía tan mal, tan miserable... al final sólo daba igual lo que otros pensaran porque la tristeza que él sentía era hermosa, tan hermosa que se convertía en amor. En el mismísimo amor el cual él carecía, el mismísimo amor el cual yo no pude darle... Y eso lo alimentaba... lo alimentaba cada día.
Se acostumbró a sentirse triste y a vivir con esa carga... Tanto que la carga se convirtió en el peso que ya no pesaba. Y sentirse triste ya no le abría heridas, sino que lo mantenía vivo...

Él vivía por ese dolor.

¿Creés que lo que escribo tiene sentido?

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