Seguidores

miércoles, 31 de julio de 2013



A ese punto estar desnuda delante de él no era gran cosa. Es decir, eso no lo ganamos en un abrir y cerrar de ojos; fueron dieciséis meses. DIECISÉIS (setenta y un semanas de las cuales él parece acordarse, actualmente, cero.)
No había nada más hermoso, en este enorme mundo, que su piel. Nada que me gustase más, que acariciarla y sentirla. Nada que fuese más sublime, que su piel blanca y suave, rozando la mía. Y además de eso, también tenía un perfume... Una esencia natural, un olor que me hacía enloquecer. La temperatura de su piel, su textura y su aroma, hacían que esos simples roces se vuelvan para mí, la gracia de mi existencia.
Él tenía ese cuerpo que a mi me gusta encontrar (y que jamás volví, ni a ver ni a tocar, ninguno igual).
Comenzando por sus hombros, en los cuales me encantaba apoyar la cabeza, esos mismos que me hacían sentir que todo iría bien, esos mismos que daban inicio a un mundo de infinitas posibilidades que comenzaba allí y terminaba en la punta de sus pies.
Y su espalda, que iba dando vueltas y curvas hasta llegar justo al inicio de sus pantalones. Su espalda que se retorcía y remodelaba, achicándose, en el lugar justo donde estaba su cintura. Esa misma de la cual adoraba, yo, sostenerme; mientras sentía que me desmoronaba, en cuerpo y mente, tocando sus labios.
Él era flaco, sí. Lo que hacía parecer que tenía abdominales marcados. No sé si los tenía, tampoco me interesaba; sólo sabía, que él tenía el cuerpo perfecto, en el cual yo me sumergía.
Y parecerá raro, porque yo lo tenía todo de él, todo su cuerpo, era todo mío. Cualquier cosa yo podía tener. Pero había algo, algo que me parecía inalcanzable: sus manos. Sí, así como se lee, y así como suena, sus manos. Era una mano simple, normal, no crean que me obsesionan. Pero sus manos eran mi cielo. Simplemente porque con ellas él hacía que mi cuerpo se encienda, y que mi mente se desconecte. Sus manos hacían que mis células se sientan, verdaderamente, vivas. Pero más que nada, ellas eran para mí el paraíso, sencillamente porque era difícil tocarlas. No en cualquier momento podía. No en la calle, no en lugares públicos, no incluso solos en una casa. Pero ese día sí pude. Porque ese día, finalmente, pude tenerlo todo a él; todo, completo, sin límites ni restricciones. Ese día, él fue completamente mío, y nadie (ni siquiera él mismo) podrá borrar eso del pasado. Porque así fue y así seguirá siendo.
En cuanto a su fisonomía, sus ojos era lo que más me gustaba. Pese a que él, la gran mayoría del tiempo, los ocultaba, ya sea apropósito o no; yo amaba su color. No podía decir, que me sumergía en ellos, ya que eran demasiados chicos como para bucear allí entro, y él tampoco me dejaba hacerlo al parecer porque no le gustaba, se ponía nervioso cada vez que fijaba mi mirada en la suya. Pero yo sí los contemplaba. Dos veces al día, al menos por tres segundos, yo miraba sus ojos, su forma, su color; el cual cambiaba según el día (en cuanto a mi opinión, el color de los ojos no cambia si el día está nublado o soleado, el color de los ojos cambia si uno está triste o contento); sus pestañas, las cuales no eran muy largas, su mirada y su esencia. Esos ojos verdes, con manchas marrones, un color único y exótico; ese color que sólo una vez, sólo una, volví a encontrar... Y ni siquiera unos iguales, sino unos meramente parecidos, en los ojos de un profesor mío de tercer curso. Esos ojos, me encantaban. Hacían que me derritiera, que me deshaciera y que me volviera a hacer, como lava caliente condensando y enfriándose consecutivamente. Así, así hacían que yo me sintiera.
También tenía pecas. No muchas, no muy notorias. Sólo algunas pecas, como chispas de chocolate, que luego de haber perdido un poco su color, habían sido arrojadas al azar en su hermoso rostro.
Sus labios... Ay... Aquellos labios... Eran grandes, más que los míos. Y me llevaban a la séptima Luna de Neptuno... Simplemente me hacían conocer lo eterno.
Si bien, su dentadura no era algo por lo cual uno podía sentirte orgulloso, yo veía, en su sonrisa, la pequeña felicidad de un niño pequeño. Cuando lanzaba una risita, simplemente me hacía sentir como si estuviese al lado de un niño que había recobrado su alegría. Era un infantil, cuando lograba reírse.
Habiendo descripto ya, calculo, casi todo su ser – dejando de lado su inentendible personalidad – creo que es hora de, al fin, comenzar a relatar los hechos que se dieron, uno detrás de otro, ese hermoso e inolvidable día.
(Quince minutos intentando escribir cómo fue nuestra primera vez y lo único que conseguí volcar fue:
Intentar recordarlo enciende cada célula de mi cuerpo.)

Cuando pude tener su cuerpo sobre el mío, al fin haciendo lo que tanto tiempo habíamos, él y yo, esperado que pase; cuando logré por fin que nuestras pieles se rocen, cuando logré tenerlo todo a él, cuando pude luego de tanto tiempo lograr tomarlo de la mano; en ese momento sentí... todo. Todo, lo positivo, que puede llegar a sentir una persona en un determinado momento, todo eso, yo lo sentí Ahí. Justo allí. Y con él cerca mío.
Simplemente eso puedo decir, puedo explicar. Ese momento fue... fue... todo. Simplemente lo fue todo.
Disfrutar, junto a la persona que quieres, disfrutar exactamente ese momento. Disfrutarlo no con él de expectador, sino disfrutarlo los dos de visitantes. Ambos en la montaña rusa, sintiendo la adrenalina y el fervor. Ambos en el acto. No dos contrincantes; sino dos almas de la mano. Hacer eso, vivirlo juntos, no es lo mejor que una persona pueda experimentar... Es todo lo que una persona merece experimentar.
Él se movía, perfectamente, pese a que yo esperaba lo peor... Él chocó en mi vida y rompió las bases. Por eso le quería. Él hacía todo bien. Todo. (O al menos eso me parecía) Y también lo hizo en ese momento. Sus besos eran perfectos, sí, pero yo no quería besarlo. Yo sólo quería, de cerca pero no demasiado, observarlo. Observar sus formas, sus líneas y encurvaciones. Quería tocar y sentir su piel, sentir como se fundía con la mía. Quería sentirlo dentro de mío, siendo uno. Quería beberlo, como una esencia de aroma delicioso que excita a consumirla. Como un cigarro encendido.
Yo quería vivirlo. ¿Entienden? Y lo hice. Ese día sí, sí lo hice.
Lo mejor, sin duda, fue cuando pude tomarlo de la mano. Allí, allí en mi paraíso, en mi mundo propio con él de la mano. Allí fue donde él más lejos me pudo llevar.
Yo tragándome su aliento, el respirando el mío. Aspirábamos pensamientos de los otros, sentimientos, energía. Compartíamos e intercambiábamos pasiones, depresiones, tensiones y secretos. Miedos, logros, recuerdos y karmas. Lo canjeamos todo. Todo lo de ese momento, y lo de otros. Todo lo que pudo haber en nuestro pedazito de galaxia desde que comenzamos a funcionar hasta ese momento. Y entonces es allí, es donde yo digo, que jamás nadie podrá borrarme de él ni borrarlo de mí; porque él se llevo un pedacito mío, y yo uno suyo. Y aunque la siguiente persona intente llenarlo y completarlo con su amor y fantasías, el pedacito ese siempre le va a hacer falta, porque yo lo sostendré en mi mano, y jamás nada me hará soltarlo. Así, tan simple como eso.
Little me –
Entonces, le agarré la mano, y la apreté. Con dolor, pero un dolor que me hacía vibrar de satisfacción, un dolor bueno, una herida que no arde, que solamente hace reír.
Y entonces él la apretó más fuerte, hasta que ambos dolores, yo por él y él por mi, se juntaron y se hicieron amor. Sencilla y enormemente amor.Y ese amor, ese amor me llevó a las nubes y me hizo ver el cielo. El cielo, no de una noche radiante, sino de una mañana brillante. Con un Sol encegecedor, un aire fresco de paz, de satisfacción, un nuevo día que volvía a comenzar.
Por eso digo que ese momento lo fue todo;
porque me hizo ver el cielo, el Sol, la luz, a pleno. No un pedazo, no sólo rayos de Sol entre las nubes, no a medias; él me hizo verlo todo. A 360°. Arriba, abajo, a la derecha, y a la izquierda. Todo.
porque esa luz me gustó, y me cegó, tanto, tanto, que quedaré encegezada, por esa luz tan radiante, de por vida. Porque esa luz me hace ver ahora una diferente realidad. Ha marcado completamente todo lo que viviré de ahora en más. Sin ese momento, nada de lo que yo viviera ahora tendría la misma perspectiva. Nada.
Y entonces, así como empezó, terminó. Con besos, sujetándome a su pelo y él mitad a la cama y mitad a mi cintura. Con secretos derrumbados y pasiones alcanzas. Con un sueño menos por cumplir. Con una energía más pero un peso menos. Con amor.
Con amor lo hicimos, y con él lo terminamos.

Siempre, todo, con amor.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Creés que lo que escribo tiene sentido?

Datos personales