Seguidores

jueves, 30 de mayo de 2013

Ruta 16


Ella era su calor en pleno invierno. Ella lo sostenía. Pero ella ya no estaba. Su piel blanca como la nieve se había perdido en el dulce viento de un amanecer en las montañas. La puesta del Sol recién comenzaba y ella ya estaba preparada para partir, silenciosa como ninguna otra, pero no por eso dejaba de ser pura como su blanca y suave piel. Ella abrió la ventana y observó hacia afuera mientras tomaba tal vez su última taza de café caliente. Respiraba profundo pues le costaba llevar a cabo esa decisión tan horrible que había tomado. Ya no entendía los por qué, ni los cómo, ni los cuándo. Sólo entendía que así era y así debía ser. Entonces respiró como si fuera el último respiro de su vida. Puso su atención en los poros de su nariz, en el aire que entraba. En el suave aire de la mañana que entraba en su nariz, percibiéndolo como el rico perfume de cacao que él siempre usaba, en cómo ese aire pasaba por su garganta y la secaba, y cómo llenaba sus pulmones mientras un sentimiento de culpa y miedo le golpeaba el corazón hasta medio-matarlo. Y entonces tragó para sacar esa sequedad en la garganta, pero entonces se formó un nudo. Un nudo de angustia y dolor, que resistió todas las veces que ella tragó para borrarlo. Y ese era el problema. Ella tendría que haber dejado de tragarse las cosas como si fueran nudos en su garganta. Ella tendría que haber escupido todo lo que pensaba y sentía. Todo lo que quería decir pero alguna absurda razón le impedía hacerlo.
Pero no importaba porque ya era demasiado tarde para hablar. Ya era demasiado tarde para demostrar. Para pensar. Para decir. Para sentir. Ya era tiempo de hacer. De hacer y terminar con ese nudo en la garganta que le impedía vivir.
Humedeció su garganta y una vez lista, exhaló como si de su propios pulmones se originara el viento. Exhaló con fuerza y decisión. Y entonces, esta vez por fin decidida, tomó su último trago de café y lo dejó en la mesada, sin dejar de mirar el Sol y su color rojo sobre las nubes de ese amanecer fresco en invierno que le clavaba mil cuchillas cada segundo. Tomó su abrigo, miró una vez hacia la cocina, y miró más allá, miró hacia el pasillo que se extendía por detrás de la cocina, como si fuera la última vez que lo vería. Lo contempló, lo recordó, y lo amó. Y entonces sólo por un segundo sintió felicidad de al fin poder acabar con esa historia.
Se dio media vuelta y abrió la puerta de madera verde rasgada y vieja que se hallaba en frente de la cocina. Salió y entonces el viento fresco le golpeó la cara como si el mismísimo Dios le estuviera diciendo que lo mejor era permanecer en casa, en su refugio, junto con su amado y su costumbre. Pero ella lo sintió como un puño... uno que ya no dolía, y sin dudarlo, aspiró ese aire tan profundo de ese hermoso amanecer fresco en un invierno mendozino. Y entonces sonrió, sin querer hacerlo, simplemente sonrió porque su cuerpo y alma así lo querían, mientras cerraba los ojos pensando quién sabe qué. Pero al menos ahora le hallaba el lado positivo a su desgracia.

Cerró la puerta sin mirarla, se acomodó su abrigo y echó a andar por el campo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Creés que lo que escribo tiene sentido?

Datos personales