Hacía
tiempo ya desde la última vez que se vieron.
Apenas
ella entró al lugar, pudo verlo, caminando sin parar, ansiosamente
esperando por algo.
En
el momento exacto en el que ella lo vio, se ruborizó por completo.
Aunque
no entendía bien a que se debía aquella desesperación, Cate sólo
siguió adentrándose más y más en aquella habitación, sin
importar las otras personas.
Tom
seguía desesperadamente yendo de lado a lado de la habitación...
Si
bien no se habían saludado, ellos ya habían entrado en
conversación. Porque la relación eran así: sin pudor y con
confianza extrema.
Los
meses sin verse cayeron encima de él como piedras en una tormenta, y
lo golpearon tan fuerte hasta entender que en realidad ella, le hacía
falta.
Un
aire de melancolía rodeó el ambiente y se apoderó del lugar, en el
instante mismo en el que Cate giraba los ojos siguiendo los
agotadores pasos de su antiguo amado.
Los
dos sintieron lo mismo, sí. Los dos se extrañaban.
Apenas
habían pasado dos minutos, y entonces Cate sólo soltó y dejó caer
la primera frase que daría lugar a una situación bastante incómoda:
Cansada
de ver los austos pasos de Tom, e inclinándose hacia la silla para
poder sentarse; con un aire agotador, y hasta incluso de mala gana,
Cate chifló: Uf, ya se puso de malhumor.
Por
lo que Tom, que estaba en el baño buscando quién-sabe-qué, detuvo
su total acción y se dedicó por un momento a mirar a Cate de una
forma extraña, y entonces él sólo preguntó: ¿Cómo sabes eso?
Se
le heló la sangre.
Paralizada
por aquella incógnita y un poco ruborizada por la imparable búsqueda
de una respuesta, ella no pudo responder a esa pregunta de inmediato.
En
realidad, nunca había podido realmente responderse a todas las
preguntas que él le había hecho...
Y
entonces, en algún lugar de su mente, Cate recordó algo... Por lo
que, esbozando una sonrisa más para sí misma que para él,
respondió con seguridad: Un año y medio de conocernos no fue tan en
vano...
La
situación no fue tensa, ni incómoda, ni horrible. Sólo que, si
alguien entraba a ese lugar en aquel momento, hubiese respirado el
frío aroma de los recuerdos.
Era
tanto, pero tanto el ambiente de desolación y nostalgia que se
respiraba allí dentro que uno incluso podría vivir los recuerdos
que ellos sólo re-traían a su mente segundo tras segundo con el fin
de, al menos, intentar perdurar una conversación que aunque carecía
de razón para todos los demás, tenía un poco de sentido para
ellos.
Tom
no habló. No dijo ni una palabra. Porque sabía perfectamente a lo
que ella se estaba refiriendo.
Ella
tampoco preguntó los motivos de su enojo, aunque se los podía
imaginar muy bien... Y por esas razones no quería indagar en la vida
de Tom: porque encontraría cosas que no le gustarían hallar.
Entonces
Tom, un poco más calmado, fue hacia la heladera...
Y,
sólo por un segundo, sólo por uno... Sonrió.
Y
eso le bastó para darse cuenta, que aunque él había re-hecho su
vida y revuelto todo su calendario, no la había olvidado...
Y
para darse cuenta de que, en realidad, la ausencia del olvido traía
el dulce y nostálgico recuerdo del cual, algunas noches, Tom se
hacía dueño para divagar en los oscuros caminos de su pasado y así
entonces recordar lo que alguna, alguna vez, lo hizo realmente feliz.
El
que vive de recuerdos no tiene realidades... Dicen.
Pues
Tom la tenía.
Y
más alla de todos los pensamientos que pasaban por sus mentes en
aquel momento, sólo una frase solía resonar en la cabeza de Cate:
“Nunca
hubiera funcionado...”
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