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jueves, 30 de mayo de 2013

Él vivía por ese dolor.

Se encontraba solo en su pieza, todavía pensando. Lo podía ver desde la ventana aunque él no se diera cuenta. Le amaba. Le amaba más que a nada en este mundo y me hacía bien tenerlo cerca.
Y si se preguntan por qué lo dejé... Pues no lo sé. Había sido lo mejor en su momento, y creí que sería lo mejor para él... pero me estaba dando cuenta que no.
Él pensaba que yo me había cagado en los 2 años y medio que tuvimos de relación. Como si él nunca me hubiese importado y todo lo que hice fue simple egoísmo. Simple diversión para mí misma. ¿En serio me conocía tan poco? Dos años y medio de relación para que ahora estuviese pensando que todo lo que fui, soy y seré, era nada más que una mierda.
No podía creerlo. Ni él, ni yo. Nada más quería hacerlo más feliz.
Sí, yo lo amaba. En serio lo hacía. Pero no de la misma forma. Me encantaba tenerlo a mi lado, y que esté allí para mí, y cada beso que nos dábamos, cada paso, cada salida, cada detalle... Me encantaba oír su voz y hasta a veces soñar con ella. Incluso me había aferrado a la idea de que si algún ser perfecto existía, tendría su voz. Me encantaba su forma de decir “todo estará bien” mientras me acariciaba el pelo; la enorme esperanza que me transmitía día a día de que en realidad cada cosa estaría bien y al fin y al cabo yo superaría todo desastre. Me encantaba acariciar su piel, sumergirme en sus ojos, y no pensar en nada, nada más que él. Pero también me encantaba el masoquismo... y me encantaba darme con la idea de que algún día yo lo querría tanto como él a mi y podríamos estar juntos en serio. Pero no podía. Lo intentaba y no, nada surgía.
Era como si fuésemos el uno para el otro, pero sólo sirviésemos para lastimarnos.
Y un día me puse a pensar... y dejé todo. Dejé cada cosa que me gustaba de él... lo dejé porque me hacía mal pensar lo grandioso que él era y yo lo estaba desperdiciando.
¿Y por qué? Porque era una estúpida. Realmente no encontraba otra explicación.
Asique eso hice. Lo dejé... dejé todo el asunto porque no podía permitirme saber que él se enamose profundamente de mí y yo no poder darle lo que se merecía. Me desmoronaba frente a la simple idea de que él nunca obtendría lo que quería sólo porque yo no estaba dispuesta a dárselo. ¿Qué clase de persona se permitiría eso? Él me hacía feliz, pero yo no lo merecía. Él se merecía algo que en serio pudiese darle el mundo entero y bajarle la Luna si el lo quisiese, sin tener que pensarlo 2 veces. Y yo merecía pasar el resto de mi vida encerrada en mi cuarto castigándome por todo el dolor que le había causado.
Pero la situación estaba al revés.
Los hombres caían a mí como gotas de lluvia en el invierno, mientras que Claus se la pasaba encerrado en su cuarto, sin comer, pensando qué fue lo que hizo mal.
¿Acaso le di poco? ¿Acaso le di mucho? ¿La amé demasiado? ¿Me pasé de la raya? ¿Por qué me pasa esto a mi? ¿En serio merezco que la persona que más amo en el mundo actúe como si nunca me hubiese visto antes?”
Él vivía así. Vivía de nuestra relación, y yo la corté. La corté y fue como dejarlo sin vida... O eso pensaba, hasta que me dí cuenta de que no era así...y yo en realidad le había dado más que algo en qué pensar... Le había dado un propósito.
Él no se sentía sin vida, era todo lo contrario. Se orgullecía de su tristeza como si de eso se alimentace. Y día a día la utilizaba y la transformaba en algo que lo hacía sentirse vivo. Y al fin y al cabo no se sentía tan mal, tan miserable... al final sólo daba igual lo que otros pensaran porque la tristeza que él sentía era hermosa, tan hermosa que se convertía en amor. En el mismísimo amor el cual él carecía, el mismísimo amor el cual yo no pude darle... Y eso lo alimentaba... lo alimentaba cada día.
Se acostumbró a sentirse triste y a vivir con esa carga... Tanto que la carga se convirtió en el peso que ya no pesaba. Y sentirse triste ya no le abría heridas, sino que lo mantenía vivo...

Él vivía por ese dolor.

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