Se encontraba solo en su pieza, todavía
pensando. Lo podía ver desde la ventana aunque él no se diera
cuenta. Le amaba. Le amaba más que a nada en este mundo y me hacía
bien tenerlo cerca.
Y si se preguntan por qué lo dejé...
Pues no lo sé. Había sido lo mejor en su momento, y creí que sería
lo mejor para él... pero me estaba dando cuenta que no.
Él pensaba que yo me había cagado en
los 2 años y medio que tuvimos de relación. Como si él nunca me
hubiese importado y todo lo que hice fue simple egoísmo. Simple
diversión para mí misma. ¿En serio me conocía tan poco? Dos años
y medio de relación para que ahora estuviese pensando que todo lo
que fui, soy y seré, era nada más que una mierda.
No podía creerlo. Ni él, ni yo. Nada
más quería hacerlo más feliz.
Sí, yo lo amaba. En serio lo hacía.
Pero no de la misma forma. Me encantaba tenerlo a mi lado, y que esté
allí para mí, y cada beso que nos dábamos, cada paso, cada salida,
cada detalle... Me encantaba oír su voz y hasta a veces soñar con
ella. Incluso me había aferrado a la idea de que si algún ser
perfecto existía, tendría su voz. Me encantaba su forma de decir
“todo estará bien” mientras me acariciaba el pelo; la enorme
esperanza que me transmitía día a día de que en realidad cada cosa
estaría bien y al fin y al cabo yo superaría todo desastre. Me
encantaba acariciar su piel, sumergirme en sus ojos, y no pensar en
nada, nada más que él. Pero también me encantaba el masoquismo...
y me encantaba darme con la idea de que algún día yo lo querría
tanto como él a mi y podríamos estar juntos en serio. Pero no
podía. Lo intentaba y no, nada surgía.
Era como si fuésemos el uno para el
otro, pero sólo sirviésemos para lastimarnos.
Y un día me puse a pensar... y dejé
todo. Dejé cada cosa que me gustaba de él... lo dejé porque me
hacía mal pensar lo grandioso que él era y yo lo estaba
desperdiciando.
¿Y por qué? Porque era una estúpida.
Realmente no encontraba otra explicación.
Asique eso hice. Lo dejé... dejé todo
el asunto porque no podía permitirme saber que él se enamose
profundamente de mí y yo no poder darle lo que se merecía. Me
desmoronaba frente a la simple idea de que él nunca obtendría lo
que quería sólo porque yo no estaba dispuesta a dárselo. ¿Qué
clase de persona se permitiría eso? Él me hacía feliz, pero yo no
lo merecía. Él se merecía algo que en serio pudiese darle el mundo
entero y bajarle la Luna si el lo quisiese, sin tener que pensarlo 2
veces. Y yo merecía pasar el resto de mi vida encerrada en mi cuarto
castigándome por todo el dolor que le había causado.
Pero la situación estaba al revés.
Los hombres caían a mí como gotas de
lluvia en el invierno, mientras que Claus se la pasaba encerrado en
su cuarto, sin comer, pensando qué fue lo que hizo mal.
“¿Acaso le di poco? ¿Acaso le di
mucho? ¿La amé demasiado? ¿Me pasé de la raya? ¿Por qué me pasa
esto a mi? ¿En serio merezco que la persona que más amo en el mundo
actúe como si nunca me hubiese visto antes?”
Él vivía así.
Vivía de nuestra relación, y yo la corté. La corté y fue como
dejarlo sin vida... O eso pensaba, hasta que me dí cuenta de que no
era así...y yo en realidad le había dado más que algo en qué
pensar... Le había dado un propósito.
Él no
se sentía sin vida, era todo lo contrario. Se orgullecía de
su tristeza como si de eso se alimentace. Y día a día la utilizaba
y la transformaba en algo que lo hacía sentirse vivo. Y al fin y al
cabo no se sentía tan mal, tan miserable... al final sólo daba
igual lo que otros pensaran porque la tristeza que él sentía era
hermosa, tan hermosa que se convertía en amor. En el mismísimo amor
el cual él carecía, el mismísimo amor el cual yo no pude darle...
Y eso lo alimentaba... lo alimentaba cada día.
Se acostumbró a sentirse triste y a
vivir con esa carga... Tanto que la carga se convirtió en el peso
que ya no pesaba. Y sentirse triste ya no le abría heridas, sino que
lo mantenía vivo...
Él vivía por ese dolor.
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