Salí y eché a andar porque de repente
me di cuenta de que no era la única que estaba arriesgando algo.
¿Cuántas personas quisieran estar en mi lugar en este momento?
¿Cuántas quisieran una oportunidad más? No me podía dar el lujo
de renunciar. Nada era seguro, pero tampoco había mucho que pensar.
Sólo podían pasar dos cosas: Que todo salga bien, o que todo salga
mal.
Y estaba a 5 cuadras y todavía
recordaba como solía sonar su voz, pese a que hacía semanas no la
escuchaba. Y pensar que todo era mi culpa. Si hoy estaba ahí, tenía
claro que no era ni por el destino, ni por Dios, ni por otra persona.
Era llana y justamente por mi. Y merecía lo que estaba pasando. No
sabía que discurso decirle. Había hecho más de 5, pero ninguno me
sonaba convincente y por eso finalmente había decidido decirle lo
que se me ocurra en el momento. Pero, ¿qué diría él? ¿Acaso
se sorprendería? Lo había dejado hace 3 semanas, por una tonta y
absurda razón que aún no lograba entender. Al principio lo vi
doler. Pero ¿luego? Había re-hecho su vida como si desde el momento
en que lo dejé para atrás, no hubiese pasado nada. Yo no existía.
Nada. Ni rastros. Comenzó a salir con esa chica. Esa nueva y
estúpida chica a la que juro que agradecería si no hubiese llegado
a su vida. Pero en fin, esta chica Ann había llegado después de mi, y parecía como prioridad. Pero no importa, porque yo entendía
lo que estaba pasando. Y porque me lo merecía. Pero aún esto no
había terminado.
Estaba a 2 casas de la suya. Todavía
no había decidido si era mejor tocar timbre o llamarlo. Opté por
tocar timbre. Ustedes saben eso de que me puede negar la llamada, o
decirme que no está en casa, o poner excusas. El timbre era fácil y
directo. O sí, o no. No había otras opciones.
Llegué. Y allí estaba. Con el portón
enfrente mío, el timbre justo delante de mis ojos, y la puerta de la
casa atrás del portón. Las piernas me temblaban. Tocí porque
sentía que la voz se me estaba yendo. Afloje las cuerdas vocales.
Respire hondo. Uno, dos. Uno, dos. Miré a mi alrededor: nadie. Sol
resplandeciendo. Debían ser las 4.30 de una hermosa tarde. Ni una
nube en el cielo. Árboles y un paisaje totalmente pacífico. Miré
al cielo. "¿Por qué a mi?". Bajé la cabeza. Me sacudí
para dejar de temblar. Estiré el brazo. Estiré el dedo índice. Dí
un último respiro... Toqué el timbre. Oí el sonido del timbre
dentro de su casa. Esperé. Oí pasos. Siguiendo de eso, el ruido de
una persona destrabando las trabas de la puerta y dando vuelta la
llave en la cerradura. Abrieron. Era su madre. Creo que mi tono piel,
de repente se volvió un color bordo. Mi corazón se aceleró.
Demasiado. Mis dientes se chocaban, estaba temblando. Ella enseguida
entendió la situación. Sonrió y asintió con aire comprendedor.
Llamó a su hijo. "Robert, hay alguien en la puerta". Y de
fondo se escuchó la voz de él. Sí, de él. Juro que me alivio por
completo. Mi corazón se paró. Mi color volvió, mis piernas sentían
como la sensación de fatiga luego de mucho ejercicio. Mis dientes
pararon de chocar y emitieron una pequeña sonrisa. Mis oídos más
atentos que nunca. Y entonces dijo: "Si es Ann, ¡dile que llegó
antes!". La madre me miró, esperando a que diga algo. Asentí,
entendiendo lo que estaba pasando, y dije:
- No le diga quién soy. Tan sólo
dígale que revice el buzón.
- Está bien. Se lo diré. ¡Espero
verte pronto Rose! -contestó la madre, entusiasmada, como de
costumbre cada vez que me veía.
Ella dio un paso atrás, y cerró la
puerta. Mientras escuchaba el ruido de la llave girando en la
cerradura, y de una persona poniendo las trabas de la puerta, sentía
cómo mi corazón se iba rompiendo. Dos, tres, y derepente ciento
cinco pedazos. Todos rotos y todos por la misma razón. Esta chica me
había reemplazado. Él me había olvidado. Así como se olvida un
niño de su anterior juguete cuando le dan uno nuevo.
Por suerte, se me había aferrado la
costumbre de llevar una libreta pequeña y una lapicera, a donde
quiera que vaya. Entonces aproveché la situación. Saqué del
bolsillo de mi campera -debo destacar que era un enorme bolsillo-
nada más que una libreta de 5x5 cm y una lapicera casi del mismo
tamaño. Me agaché en el suelo y escribí. Debo admitir que fueron
una de las palabras que más rápidas me salieron. Arranqué la hoja
del cuaderno. La doblé, firmé y la metí en el buzón. Con la
cabeza gacha, las manos en los bolsillos y con alguna que otra
lágrima en los ojos, volví a casa.
En el papel estaba escrito:
"Te quise pedir disculpas y no se
dio la ocasión. Debo admitir que me arrepiento del daño que te he
causado. Si algún día estás dispuesto a perdonarme, llámame. Y si
crees que no, sólo házmelo saber. Y no, no soy Ann y no llegué
antes. Soy Rose, y llegué tarde."
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